Ya
atardece en San Andrés y la mansedumbre de Jesús de las Penas nubla la vista a los trámites de cruz que se trajinan a sus espaldas. Lucen los
arrietes del
jardin al sol encaramado sobre la torre, y en la plaza baldosada de muchedumbre el tiempo se recrea ante el portalón. Cadencia mimosa de
cirineos bajo los faldones, estampa genuina de nazarenos
blanquiverdes y encuentro del Señor de hombros bronceados con su gente en la liturgia callejera del Domingo de Ramos. La devoción apasionada de la
cordobesía gitana se apiña frente al arco de la Iglesia, que la Virgen del Adviento y los guadamecíes trae sollozos
verdeoro de gracia trigueña y de eterna dulzura aniñada. ¡Salve, Esperanza nuestra! ¡Salve, Esperanza, guapa!
Vas a cargar con la cruz
mi Señor de San Andrés,
y aquí me tengo a tus pies
con mi lamento andaluz,
con mi plegaria de luz,
con mi saeta de fiesta,
con mi cante por floresta,
encendido ante tus plantas,
en mi voz y en mi garganta,
cogiendo tu cruz a cuestas.
Que quiero hacerte ligera
esta noche soberana,
que verdea y se agitana
por tu Madre piconera.
Disfruta, Señor, la espera
que ya se acerca y te alcanza
la que te dio semejanza
de amor y piel morena.
Quítate, Señor, las Penas
y llénate de Esperanza.
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